Como ven, las “capas de invisibilidad” no son en realidad una noticia de última hora; llevan existiendo más de lo que pensamos.
Su principio básico es que para poder hacer invisible un material las ondas de luz son guiadas para que dejen el material como si nunca hubieran tenido contacto con él, de esta manera el objeto es invisible para el observador. Las propiedades de estos materiales para poder hacer eso son calculadas usando algunas herramientas matemáticas.
Para crear una “capa de invbisibilidad” es necesario darle una forma especial al material. De hecho, las estructuras que lo conforman deben ser mucho más pequeñas que la longitud de onda que esperamos no deflectar. En el caso de la luz visible —la que más nos interesa—, las estructuras rondan el rango de los nanómetros.
Es por esto que es necesario crear nanoestructuras para poder manipular la luz a nuestro antojo y haciendo así que los objetos se puedan hacer invisibles.
Hasta antes, los objetos sólo se hacían invisibles para ondas de radio o de radar, incluso microondas, algo relativamente sencillo dadas sus longitudes de onda mucho más grandes; pero con la creación de la nanoestructura adecuada Fischer y Ergin lograron hacer una capa de invisivilidad más delgada que un cabello humano y que permite hacer parecer que la curvatura de un espejo de metal parezca plana, haciendo que todo lo que esté debajo se vuelva invisible. Pero todo esto trabajando en el rango óptico de la luz visible.
Obviamente la escala todavía es muy pequeña —podemos verla en la imagen, es la parte azul que asemeja una pila de troncos o tan siquiera así la describen sus creadores— y el alto costo de producción hace que sea poco viable crear algo más grande, pero solo de momento. Con los nuevos conocimientos y las nuevas técnicas de creación de nanoestructuras, día con día estamos más cerca de llevar nuestra hasta hoy fantástica capa de invisibilidad a la realidad.
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